Leticia se para en el escenario y lee la carta que escribió junto a sus compañeras de pabellón: “Es especial y conmovedor esto que pasó hoy. Casi todas nosotras somos mamás y nos sentimos orgullosas de volver a ser un ejemplo para nuestros hijos. De poder vivir sin violencia, con amor y con respeto. Gracias a todos los que nos ayudan. Gracias”. Leticia, la rubia de pelo cortito y tatuajes de trazo grueso, espera un juicio. Está presa desde hace tres años y medio pero aprendió a esperar, a vivir de otra manera, gracias a los cursos de meditación y respiración que da la fundación “El Arte de Vivir” en esta unidad penitenciaria. Y como ella, ya son 70 los internos en la Unidad 47 de San Martín que hacen yoga y ayer estuvieron en la “Yoga Rave”, con música electrónica y meditación.
La jornada arrancó a las tres de la tarde con unos ejercicios de relajación para los internos. Se ponen espalda con espalda y se cargan al otro. Después van todos al piso para empezar con la meditación. Solo unos pocos hacen chistes, como si estuvieran en el colegio. El resto empieza a entrar en trance al escuchar los consejos del instructor que suenan por los parlantes: “permite que tu sonrisa se esparza por todo tu cuerpo, que la risa penetre en cada célula de tu cuerpo, cada célula de tu cuerpo comienza a sonreír y se relaja”. Música suave y pajaritos. Sube la banda, estamos listos para empezar. Desde el escenario, los “So What Project” bajan línea: “Se trata de cantar, repetir esto que suena raro, ‘rade rade, govinda rare’, pero se trata de eso, repetirlo y bailar, dejarse llevar”. Desde abajo piden una cumbia o un cuarteto, algo para bailar y los músicos devolverán en un rato una versión hare krishna de Erasure y otra de Xuxa (la que dice “Todo el mundo esta feliz”). Raro, pero liberador. Hay sahumerios quemándose (el aroma universal de la meditación) y los internos tiran pasos de baile, entre la murga y el reggaetón.
¿Qué cambió con la llegada de la meditación? El director del presidio, Isidoro Irrazábal, lo dice sin vueltas: “Dejó de haber violencia en los pabellones. Los internos se manejan con otra disciplina. Hay respeto entre ellos y con los oficiales. El trato que tenemos ahora es diferente, se facilitan las cosas”.
“Después de cada curso les pido que me transmitan en una palabra que fue lo que sintieron. Escucho como respuesta ‘amor, confianza, paz, compañerismo’. ¿Y sabés qué? Son las mismas palabras que dicen los alumnos que están fuera de la cárcel”, dice Teresa Angeleri, una de las instructoras. “Y muchos me preguntan cómo hacer para seguir los cursos afuera”.